Quizá sea uno de los «tapados» en el contexto de la atención sanitaria española, pues no parece alcanzar la relevancia que le correspondería, según la OMS, que afirma que un tercio de la población mundial arrastra deficiencia de yodo. En consecuencia, parece razonable sospechar que esta patología afecte a una cifra superior de pacientes a los diagnosticados.
En Occidente seguimos una dieta precaria en este mineral y pocos alimentos, como el mejillón, contribuyen decisivamente a equilibrar las necesidades. Por eso, se recomienda incluir sal yodada en la condimentación.
Hablamos de una enfermedad cuyos síntomas suelen esperar hasta agotarse los depósitos de yodo, lo que deriva en falta de tiroxina, triyodotironina y tetrayodotironina. Son hormonas que regulan la actividad metabólica y temperatura corporal. La primera también influye en la síntesis de proteínas
Si el hipotiroidismo no se aborda, terminan apareciendo fatiga, sobrepeso, problemas de concentración y memoria, alopecia, sequedad cutánea, edemas, estreñimiento, calambres o bocio. En mujeres gestantes, hay riesgo de desencadenarse un aborto o nacimiento de bebés con hipotiroidismo congénito (cretinismo), caracterizado por el escaso desarrollo cerebral. El yodo, además, estimula indirectamente la producción de hormona antidiurética, lo que produce hipertensión.
Puede combatirse incrementando su ingestión con comprimidos de kelp (algas), que garantiza 150-200 micro diarios. La terapia ortomolecular admite este tipo de tratamiento, como se desprende del curso que impartimos en Fios Salut i Formació, donde se manejan importantes conceptos relativos a la psiconeuroinmunología clínica (PNI clinica).
Vigilancia especial requieren las enfermedades tiroideas autoinmunes, como la enfermedad de Hashimoto y la de Graves-Basedow, en las cuales la suplementación con yodo es contraproducente.
Fuente: www.naturafoundation.es

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